Por Celia Bañón Ferrero, Docente del Curso de Postgrado de Dirección y Coordinación Técnica de Voluntariado de la Universidad Pontificia de Comillas y Fundación ASISPA.

El voluntariado es un poderoso instrumento de participación en la comunidad, una fuerza solidaria que se nutre de la voluntad de las personas de mejorar su entorno. Esta voluntad se ve, además, recompensada por la satisfacción, que muchas personas expresan a través de una frase que escuchamos continuamente quienes trabajamos en el ámbito del voluntariado: “recibo mucho más de lo que doy”.

Tanta energía positiva ha de ser cuidada con mimo para aprovechar todo su potencial, no sólo en favor de la acción solidaria en sí, sino también de las propias personas voluntarias.

Pensemos por un momento en la movilización que producen las grandes tragedias de manera clara e inmediata y en la consiguiente responsabilidad que las administraciones y las ONGs implicadas adquieren en cuanto a asegurar que los recursos humanos y materiales generados lleguen a su destino de manera adecuada.

Pues bien, este hecho puede trasladarse a cualquier acción solidaria, a diferente escala, en cualquiera de las muchas posibilidades que el voluntariado brinda en la actualidad en todas sus facetas: programas sociales, culturales, medioambientales, deportivos, con animales… En todas ellas, las voluntarias y voluntarios ofrecen su tiempo y su ilusión por participar activamente en una sociedad mejor y merecen desarrollar sus tareas en un entorno que les asegure un desempeño eficaz y, en consecuencia, satisfactorio.

Por ello, partimos de la afirmación de que esta satisfacción depende del sentido y la utilidad de la acción voluntaria: el sentido se deriva de la identificación de la persona voluntaria con la misión de la acción que se va a desempeñar y la utilidad del grado de consecución que dicha acción alcanza respecto al objetivo planteado. De conseguir uno y otro han de ocuparse quienes impulsen la acción solidaria, agentes promotores de voluntariado de perfiles y procedencias muy variadas: desde Gobiernos a pequeñas ONGs, desde administraciones públicas a empresas privadas, desde movimientos sociales a redes vecinales.

¿Cómo lograr que las acciones voluntarias tengan un sentido y una utilidad?

La respuesta debería ser obvia en cualquiera de los casos: asegurándonos que la acción voluntaria esté respaldada por un proyecto sólido, en el que se definan claramente los objetivos que se persiguen, cómo se van a alcanzar, con qué medios y cuáles van a ser las tareas específicas que cada persona voluntaria va a llevar a cabo, en función de sus características, sus capacidades y su grado de implicación.

Este proyecto debe ser elaborado por parte de profesionales que cuenten con una formación que les capacite para diseñarlo e implementarlo, así como para realizar un acompañamiento adecuado a las personas voluntarias con el fin de resolver dudas, estimular su motivación, así como de procurar el apoyo y los recursos necesarios para que la acción responda a los condicionantes de sentido y utilidad.

En consecuencia, la profesionalización de la figura del Técnico o Técnica de Voluntariado se hace cada día más necesaria para preservar sentido y utilidad y para lograr una adaptación de la acción voluntaria a los continuos cambios en los que nuestra sociedad se ve envuelta, no sólo en cuanto a las necesidades emergentes, sino también por las oportunidades de participación que las nuevas tecnologías pueden llegar a propiciar.

La Responsabilidad Social  de las empresas se basa en que éstas han de contribuir de manera activa y voluntaria a la comunidad – pues son parte de ella- y a la mejora social, con el objetivo subsidiario de mejorar su competitividad y su valor añadido. Las líneas de trabajo de las corporaciones en cuanto a RSC se dirigen, entre otras cuestiones a fomentar que sus trabajadores y trabajadoras puedan contribuir con acciones solidarias en su entorno para así cumplir con este imperativo social y ético.

No obstante, es importante que, para que estas actuaciones cumplan los requisitos de sentido y utilidad, exista en la empresa una o un profesional de voluntariado que puedan establecer una conexión efectiva con la comunidad, de modo que conozca de primera mano las necesidades y demandas en la que la empresa puede colaborar en el marco de su desarrollo. Este profesional partirá de este conocimiento para proponer acciones de voluntariado y participación que respondan a la realidad del terreno, lo que redundará en la integración de la empresa en la comunidad y, por tanto, en la mejora de su imagen.

Además, la capacitación propiciará que esta figura extraiga de la fuerza solidaria el máximo de su potencial, favoreciendo la satisfacción y, por lo tanto, la motivación en seguir participando. Para ello, este profesional realizará un seguimiento continuo de las de las personas voluntarias, procurando apoyo y orientación de manera permanente, así como la formación ad hoc necesaria para la comprensión y el ejercicio de las tareas a realizar.

Las personas trabajadoras voluntarias también obtienen otros beneficios, algunos de ellos derivados de la participación en común con sus compañeros y compañeras en actuaciones fuera de su entorno laboral (mejora del trabajo en equipo y el clima laboral) o del desempeño de habilidades diferentes a las que desarrollan de su puesto de trabajo (incremento de la empatía y la comunicación, así como del bienestar personal),  cuestiones que tienen efectos probados en la productividad. En muchas ocasiones, conocer y tratar a personas en situaciones de dificultad social, de procedencias y formas de vivir diferentes, provocará una apertura hacia la solidaridad y hacia la comprensión de la diversidad.

Por todo ello, podemos afirmar que la participación en acciones voluntarias supone un beneficio directo para las empresas, quienes, además, podrán alcanzar el verdadero objetivo de la Responsabilidad Social: estar conectada con la comunidad, en su entorno físico y en la diversidad de sus participantes. Está en manos de las empresas asegurar ese beneficio a mediante proyectos de voluntariado con sentido y utilidad, diseñados y ejecutados por profesionales con la capacitación necesaria para ello.

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